Nos conocimos con Lucas a través del
interés en el esoterismo occidental, las formas tradicionales de magia y las
órdenes místicas.
Su larga pertenencia a la O.T.O. (Ordo
Templi Orientis, fundada por el célebre Aleister Crowley), así como su
práctica diversa en formas de invocación y trance le brindan un acervo de
conocimientos tan amplio como específico, que su particular personalidad
convierte permanentemente en algo práctico, aplicable y útil, al tomar el
camino mágico como fuente de inspiración poética y filosófica pero, sobre todo,
profundamente personal.
Considerando que algunas teorías sobre
el funcionamiento de la magia ritual señalan que al menos buena parte del mismo
se basa en procesos intrapsíquicos, lo que significa que tiene muchos
puntos de contacto con la práctica de la psiconáutica, invitamos a Lucas a
explorar esta premisa y sus ramificaciones en la siguiente entrevista.
Cabe señalar que la entrevista no pudo
ser completada por sostenida incompatibilidad de agendas, por lo que algunas
ideas pueden no ser completamente exploradas o cerradas.
Lucas, buenos días. Contanos para
empezar cuál es tu formación en estos temas, a nivel teórico y empírico.
Buen tiempo y buen espacio para
todos!
En primer lugar no sé si hablar “de
formación” o “de deformación”. Creo que la “formación” es aplicable a los
ámbitos académicos (también podríamos hablar de “academicismo oficial”, pero me
parece redundante), que pretenden (con gran éxito en los alumnos más
“brillantes”), formar, o lo que es prácticamente lo mismo, “estructurar” el
pensamiento en torno a un corpus de conocimiento producto de otras tantas
mentes “formadas” o estructuradas, corpus que a su vez ha sido
reordenado para adaptarse a la ideología y a la cosmovisión de las estructuras
de poder imperantes.
En cambio, si hablamos de “cosas”
como el trance, y la magia en general, estamos hablando de herramientas que,
bien comprendidas y bien utilizadas, son básicamente desestructurantes, o
deformantes, en el buen sentido, que es la transformación, es
decir, no la búsqueda de una forma mejor, sino directamente la
superación de toda forma.
Ahora sí, hecha esta salvedad, yo les
hablaría no de mi formación en, sino sencillamente de mi relación
con los temas que me proponen. Y esta relación empezó cuando comencé
el secundario.
Hasta el momento había vivido como la
mayoría de los niños, caminando más o menos dócilmente en la dirección marcada
por mis padres, aceptando los paradigmas que me imponían y las decisiones que
ellos tomaban por mí. Fue así que terminé, (o más bien comencé, porque de hecho
nunca terminé!) en el Colegio Carlos Pellegrini. Allí pude confrontar
“concientemente” con la realidad del ámbito académico (una parte mía se ríe
pensando que sólo estoy empleando expresiones elegantes para explicar que era
un vago!), lo cual me causó repugnancia por un lado, y horror por el otro (qué
frase para Lacan!!!), es que sí, me horrorizaba ver cómo mis compañeros se
tomaban todo eso en serio y se mataban por tener la tarea más completa o mejor
hecha. Y yo, que cuando llegaba a mi casa lo único que quería hacer era
olvidarme de toda esa locura, las más de las veces volvía al colegio sin haber
estudiado o sin haber hecho la tarea, de modo que la pasaba bastante mal cuando
todos me cerraban la puerta en las narices cuando iba a pedirle los resultados
a mis compañeros más “responsables”.
En fin, que como todo me parecía una
pérdida de tiempo, recordé la frase de Mark Twain, “Nunca dejé que la escuela
interfiriera con mi educación” (maldito el día que la escuché, me marcó para
siempre. No habría que permitir que los niños se acerquen a ciertos autores,
pero pensándolo bien, con todas las distracciones que hay ahora, ya lo han
logrado), y adopté la costumbre de llevar siempre un libro para leer, no en los
recreos, sino directamente durante las clases. Obviamente no leía a la vista de
los profesores, pero los pupitres del Pelle tenían debajo de la tapa un espacio
para acomodar los útiles, que me servía de hide para mis
libros.
Estaba todavía en primer año, no sé
si aún tenía 13 o ya había cumplido los 14. Las palabras del profe de turno
(así como las acotaciones de mis compañeros) entraban y salían alegremente de
mis oídos, mientras yo devoraba un librito de Zen, “Reflejos en la Nada”, de
Jan Willem Van de Wetering (a quien estoy eternamente agradecido).
El libro cuenta las experiencias del
autor en un monasterio Zen, adonde había ido en su juventud en busca de “una
experiencia trascendente”. Y de hecho aprende y vive muchas cosas grosas, pero
nada “trascendente”. Llega el día en que tiene que “volverse a casa”, y
desilusionado por lo que vive como un fracaso con respecto a sus expectativas,
se va a cagar a un bañito que, siguiendo la costumbre japonesa tradicional,
está fuera del edificio central del Monasterio, en medio de la naturaleza.
Siente la tentación de dejar la
puerta entreabierta, para disfrutar edípicamente de la belleza de Madre Natura,
cosa que hace, y cuando está en medio de los menesteres de la función
escatológica que todos conocemos y que por lo tanto me siento eximido de tener
que describir, en medio de la lucha intestina y con la mirada perdida en el
horizonte, comienza a tener una visión que se superpone gradualmente a los
rayos del sol que reverberan sobre el prado. La luz se transforma en un río de
aguas ondulantes, y sobre las aguas se mece un bote. El bote tiene algo en su
interior, y un vistazo más cercano revela que se trata de un cadáver. El bote
se acerca todavía más, y la identidad del cadáver se revela como un rayo
inesperado: es él mismo. Y eso, a él, le cambió la vida para
siempre. Lo gracioso es que a mí también.
Tuve la sensación como de abrir los
ojos después de haber estado durmiendo toda la vida, de salir justamente como
de un estado de trance para comprender el sentido y la
realidad detrás de las apariencias. El clímax de la experiencia, digamos a
nivel cognoscitivo, me habrá durado aproximadamente una semana, pero los
resultados me marcaron de por vida.
Seguí leyendo cuanto libro de
ocultismo, orientalismo y magia podía encontrar en esa época, estamos hablando
de los 80, y ya con 14 años comencé a practicar Yoga en forma autodidacta con
un manual de Swami Sivananda, y Karate Shotokan, en el mítico Dojo “Samurai”,
mientras experimentaba con la meditación con mantra. (Es más, ahora me estoy
acordando que antes de la “experiencia del baño”, había comenzado a estudiar
filosofía occidental “por las mías”, leyendo libros introductorios, haciendo
cuadritos sinópticos y todo eso, pero pronto lo deseché porque en el fondo me
parecía algo superficial.)
Intentaré resumir un poco porque esto
ya parece una autobiografía. A ver. Uno de mis siguientes libros fue un “Manual
de Levitación”, donde mencionaban a un tal “Aleister Crowley”. Y si bien era
apenas una mención, algo me llamó poderosamente la atención y me puse a
investigar sobre el personaje, tarea complicada en tiempos pre internet. Hasta
que un buen dìa encuentro en la librería Santa Fe un librito rojo con la tapa
impresa en oro, El Libro de la Ley. Y quién, estaba detrás? Aleister Crowley,
claro.
Me pasé años tratando de desentrañar
sus significados ocultos, mientras seguía con mis prácticas, que además
incluyeron por un buen tiempo los estudios de AMORC.
Mis investigaciones me llevaron, ya
más grande, alrededor de los veintipico, con una iniciada tántrica que había
recibido su iniciación de un iniciado bengalí, y pude así profundizar y
comenzar a comprender un sendero que siempre me había fascinado, y que sigue
aún más oculto que antes, al menos mientras siga proliferando la caterva de
talleristas y cursistas que lo reducen a una “forma de amor espiritual”, y a
quienes los tántricos auténticos sencillamente llaman impostores.
Por esa época hice también el
profesorado de Yoga en la Universidad del Salvador, donde hice además estudios
complementarios sobre el I Ching, Vedanta y Budismo Tibetano.
Mis estudios sobre la obra de Crowley
se iban poniendo cada vez más interesantes, hasta que tomo la decisión de
iniciarme en su Orden, la Ordo Templi Orientis. Para eso debía salir de
Argentina, así que decidí viajar a Estados Unidos, más específicamente a
California. Viajé para allá en plena crisis del 2002, y mientras el avión
levantaba vuelo sentía cómo el país se caía una vez más a pedazos, mientras yo
iba rumbo a otra realidad.
Allá las cosas se dieron
“mágicamente”, como cuando uno tiene la certeza de estar donde tiene que estar
y en el momento en que debe estar.
Estuve el tiempo suficiente para
conocer a Rodney Orpheus, famoso mago de la Orden con quien acordé traducir su
primer libro, ABRAHADABRA. De hecho, la edición pirata que anda circulando en
español es mi traducción, aunque obviamente no lo mencionan. También estuve estudiando
magick con Lon Duquette, uno de los miembros más antiguos de la Orden y toda
una leyenda, quien junto con mi iniciador me propuso llevar la Orden a la
Argentina, cosa que, una vez superada la sorpresa inicial, acepté con
inconsciente entusiasmo.
Mi historia al frente de la OTO en la
Argentina ya sería tema para otra nota, pero te lo voy a resumir diciendo que
fueron 12 años de trabajo duro, aprendizaje acelerado, y mucha, muchísima
diversión.
Tristemente hoy en día la Orden en el
país no está a la altura de lo que en su momento construí con tanto trabajo,
pero al menos tengo la satisfacción de saber que mi semilla fructificó en
Chile, donde, obviamente con su propio esfuerzo y estilo, supieron materializar
mi visión de lo que tendría que ser un cuerpo oficial de la OTO. O sea, me
había propuesto “liberar” toda América Latina, pero sólo llegué a Chile. ¡Es
que San Martín hay uno sólo!
Mientras tanto seguía (y sigo)
practicando artes marciales, hice otro profesorado de Yoga con Fernando
Calviño, el introductor de los sistemas Ashtanga y Iyengar en la Argentina, y,
como todos, viviendo también en el “mundo material”, como diría Sting.
¿Qué dirías que es el trance?
¿Reconocés más de un tipo?
¡Qué buena pregunta… Rogelio! Bien.
En primer lugar, como todos sabemos, por etimología la palabra se deriva del
latín transire, atravesar. Durante el trance atravesamos, o
más bien, en el sentido en que vos me lo preguntás, transitamos de
un estado de conciencia al otro.
Ahora fijate bien en lo que digo,
“DURANTE el trance ATRAVESAMOS. Es decir, que el trance no es un estado de
conciencia en sí mismo, sino que es la transición entre dos
estados de conciencia. Es más, es el medio necesario para acceder a otros
estados de conciencia. En términos más técnicos, al menos como yo lo veo, el
trance consistiría básicamente en la activación de las funciones del hemisferio
cerebral derecho por encima de las del izquierdo, poniendo en “reposo” la
función racional y lógica de la mente, para acceder a los estratos
subconcientes e incluso supraconcientes.
De hecho, la finalidad última del
Yoga no es otra que la de suprimir la conciencia normal a favor de una
conciencia de otra calidad, que nos permita conocer y comprender la “verdad
metafísica”.
Ahora, en este sentido, creo que
podemos hablar de dos tipos básicos de trance dentro de los que podríamos
agrupar todos los que se te ocurran: el trance hipnótico y
el trance yóguico. O, si lo querés en términos menos técnicos,
tenemos por un lado el trance producido como consecuencia de la detención
forzada de los procesos mentales, ya sea como consecuencia de la voluntad o
de la emoción, y que tiene como finalidad la consecución de otros
estados de conciencia; y por el otro el trance producido por la supresión
de todos los procesos o estados mentales, con vistas al conocimiento
de lo que a fuerza de mejores términos podemos llamar, por ejemplo, “la verdad
metafísica”.
¿Qué formas de inducción de trance
distinguirías? ¿Cuáles serían sus características principales?
No sé a vos, pero a mí la palabra
“trance” me recuerda a “transa”. ¡Ah, otro de los misterios de la “sabiduría
popular”! Y es que el trance y la transa se parecen. Es como si te quisieras
levantar a una mujer que está con otro tipo. Básicamente lo que hacés es (dicen
los que saben de estas cosas, claro), distraer de alguna manera al fulano, como
para que no te moleste mientras te transas a la señorita, o señora. Para cuando
el tipo se dio cuenta del engaño, la mujer ya cayó en tus redes (o te volviste
a tu casa con un corte en la mejilla, pero bueno, seamos positivos). En el
trance es lo mismo: no peleamos con nuestra conciencia racional, sino que la
“engañamos” dándole algo en lo que entretenerse, mientras estimulamos de alguna
manera nuestro subconsciente, para poder moldearlo en la dirección deseada.
No voy a entrar en detalles porque
esto no es un curso, pero existen maneras de combinar muy eficientemente
ciertos símbolos, ciertos movimientos corporales (podemos poner al sexo en esta
categoría, obviamente sin querer reducirlo a una mera gimnasia), e incluso
ciertos aromas, que te van a llevar fácilmente al trance, es decir, que van a
permitir la transición de un estado de conciencia a otro.
Los especialistas en marketing saben
perfectamente de lo que hablo. De hecho, toda nuestra sociedad vive en un
trance hipnótico en el que la conciencia crepuscular del ciudadano promedio se
dispara en distintas direcciones, todas ellas descendentes, para aceptar sugestiones
muy definidas que, al no estar la conciencia racional interponiéndose en su
camino, quedan implantadas como algo de lo más natural.
¿Qué tipos de estados de conciencia
dirías que hay? ¿Cómo se vinculan los distintos tipos de trance (si es que hay)
con ellos?
Eso depende de la escuela de
pensamiento que consideremos, pero si querés escuchar lo que “yo diría…” A ver:
se me ocurre una figura de geometría no euclidiana, o al menos parece algo así.
Sería como una rueda pero al revés, es decir, el centro sería la periferia y
viceversa. O sea que todo lo que voy diciendo tenés que imaginártelo al revés.
Del centro de la periferia sale un
eje horizontal y otro vertical. En el primer eje tenés todos los pensamientos
relativos a la vida material, de lo más sutil a lo más burdo, de lo más caótico
a lo más armonioso. En el segundo eje tenés todos los pensamientos (y con pensamientos
me refiero también a los “procesos mentales”) relativos a la vida “no
material”, desde los inframateriales a los supramateriales. El trance hipnótico
(o si se quiere también, “mágico”), nos lleva a los distintos puntos de ambos
ejes. El trance yóguico, en cambio, nos lleva a ese punto central que es al
mismo tiempo el origen y la superación de todos esos puntos.
¿Cuáles serían las diferencias
centrales entre magia del caos y magick, si hay?
Seguramente muchos no van a estar de
acuerdo con lo que voy a decir, que es una opinión muy personal. Para mí la
magia del caos no es más que una reinterpretación de la magick de Crowley, o a
lo sumo otra vuelta de tuerca con un sabor más contemporáneo, tanto en el buen
sentido como en el no tan bueno. No creo que haya nada en la magia del Caos que
de alguna manera no esté presente en la amplísima literatura de Crowley, aunque
sea como una prefiguración.
¿Hay en la práctica mágica una
definición comprensiva de psiquis? ¿Se puede sintetizar acá?
Sí, por supuesto. No olvidemos que la
práctica mágica se basa en la cábala, o al menos en lo que sería más preciso
llamar “la interpretación hermética de la cábala”, para diferenciarla de la
cábala ortodoxa judía.
La cábala considera al hombre como
una entidad que, a los meros efectos de su estudio, podemos considerar
cuaternaria. En primer lugar, y siempre siguiendo a los cabalistas, tenemos la
Nefesh, el alma animal o nivel primitivo de conciencia que compartimos con el
reino animal, todos los mecanismos de supervivencia material que incluyen
instintos, emociones, impulso sexual, etc. Le sigue la Ruach, nuestro intelecto
propiamente dicho, esa parte del alma que monopoliza nuestra atención a tal
grado que solemos identificarnos por completo con los procesos de nuestro
pensamiento. Por encima de ella está la Neshamá o intuición espiritual, la
parte del alma que trasciende nuestros pensamientos permitiendo lo que
conocemos como Gnosis, y que vibra en armonía con la realidad última, Chiá.
Chiá es la fuerza misma de todo lo que es, que a todos los efectos prácticos es
idéntica a la pura conciencia de la Divinidad, y es nuestra verdadera
identidad.
Si existe algún propósito en nuestras
encarnaciones, éste sería la integración perfecta de estas cuatro partes del
alma, para que podamos funcionar como unidades perfectas de la suprema
conciencia, manifestando esa conciencia, sin límites ni inhibición alguna, en
todos los planos de la existencia. Ese es el fin verdadero de la Magick, y de
todo camino espiritual tradicional.
¿Cuál dirías que es la relación entre
psiquis, realidad y acción mágica?
La REALIDAD, sos VOS. La PSIQUIS es
aquello que te impide darte cuenta. La ACCIÓN MÀGICA puede ser una forma muy
elaborada de reforzar esta ignorancia haciéndote perder en un laberinto de
espejos, como les pasa a muchos. Pero, utilizada con sabiduría y un corazón
realmente puro, la acción mágica puede ser la espada que destruya las cadenas
que te limitan y esclavizan.
Insistiendo en un aspecto de la
pregunta anterior: ¿Hasta qué punto se pueden considerar los actos mágicos como
un reflejo psíquico de una realidad objetiva? ¿Hasta qué punto considerás que
ese reflejo pueda ser correcto o distorsionado?
Creo que eso te lo contesté en la
respuesta anterior. Pero, “hasta qué punto”, creo que eso depende del karma de
la persona, o sea, del grado innato de idiotez o de iluminación con que
aterrizamos en este mundo.
¿Considerás que el concepto de
arquetipos es aplicable a la psiquis humana?
Me parece que sí, al menos es lo que
deduzco de mis propias observaciones. Mientras más alejada está la persona de
su propio proceso de individuación (para seguir utilizando la terminología de
Jung), más condicionadas por los arquetipos estarán su propias percepciones. De
esta forma deshumanizamos, y por poner sólo un ejemplo, la policía sólo ve
ZURDOS y los manifestantes sólo ven FACHOS o REPRESORES. Recordemos, por las
dudas, que el arquetipo es una modalidad de comprensión innata e inconsciente
que regula nuestra propia percepción. En este sentido vamos por la vida
etiquetando y referenciando permanentemente nuestra experiencia, en lugar de
permitir que cada experiencia nos cante su canción única e irrepetible. Y así
es como la vida pasa por nuestro lado y sólo vivimos dentro de nuestra cabeza.
N. del E.: acá tenemos divergencias
teóricas que no pudimos explorar por la mencionada incompatibilidad de agendas.
¿Qué es el “esculpido anímico”?
No tengo la menor idea. ¿Vale
googlear??!!
N. del E.: acá sinceramente esperaba robar mucha información. Estoy tan triste
como ud., lector.
¿Considerás que hay aspectos
trascendentes en el ser humano? ¿Cuáles serían? ¿Qué significa en este contexto
“lo trascendente”?
En un nivel humano, nuestros actos
nos trascienden. Sus efectos perdurarán aun cuando nosotros ya no estemos aquí.
Esto es algo que podemos verificar a diario. Lo trascendente, podríamos decir,
es lo que queda cuando ya no queda nada. O sea, la pura conciencia, no la
conciencia de esto o aquello, sino la pura conciencia, sin limitaciones, más
allá de cualquier estado mental, bajo o elevado, involutivo e evolutivo. La
conciencia es lo que trasciende, porque es el origen y el fin de todo, y aquél
que la experimentó, desafía incluso a la Muerte.
Lovecraft nos tira una punta muy
interesante en su Necronomicón: “«Que no está muerto lo que
yace eternamente, y con eones extraños incluso la muerte puede
morir».
(otra proposición que me hubiera
interesado desarrollar)
¿Creés que alguna forma de trance
ayuda al encuentro con lo trascendente, o lo contrario?
Sí, como te dije antes, el trance
yóguico es el camino más seguro. El hipnótico o mágico, en cambio, dependen de
cómo se utilicen, o más bien con qué intención.
(otra proposición que me hubiera
interesado desarrollar y nunca más pudimos dedicarle el tiempo necesario. Me
prometo a mí mismo una segunda vuelta sobre varios de estos temas. Permanezcan
en sintonía)